Prácticamente todos compartimos una visión sublime, etérea, abstracta, genérica y bondadosa: ojalá no existieran el acoso y el ciberacoso escolar. Es una aspiración que no termina de aterrizar en la vida real, a tenor de las noticias. El (ciber)acoso entre menores aumenta.
Nos encontramos con cada vez más titulares que nos exponen a la cruda realidad de las siempre terribles y a veces trágicas consecuencias del acoso escolar. Ante esas tragedias, las aspiraciones saltan a las portadas. #TodosContraElAcoso, o similar. Nos queda precioso el compromiso: todos parecemos estar de acuerdo en que hay que esforzarse en la prevención, la detección temprana, la denuncia, los protocolos, el acompañamiento a todas las partes, la comunicación en casa y en la escuela, la educación en valores, el ejemplo adulto.
Obstáculo nº 1: conducta adulta (pública y privada)
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Cuando los adultos en esfera doméstica y también pública, políticos o influencers, por ejemplo- actúan como canallas y ejercen su presencia desde el insulto, la ironía provocadora -que no es la inteligente-, los gritos, la chulería y los malos modos, el mensaje que nuestros menores reciben es: “el fin justifica los medios y si quiero destacar/ganar/recibir aplausos/obtener likes -o votos- de mis seguidores, entonces es legítimo ser un poco bully”.
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Y cuando adultos cercanos justifican un mal trato a alguien en función de ideologías o situaciones, el mensaje es “tratar mal no es tratar mal si considero que alguien se lo merece o pienso que tengo la razón”. Que no se me escandalicen los lectores; hay bullies en el mundo público y en las casas, de todas las ideologías. Como bien contó David Cerdá en un episodio de Voces de Movimiento Azul, atacar -no debatir- está de moda porque “últimamente no queremos adversarios, queremos solo enemigos”.
Obstáculo nº 2: sociedad inmersa en una crisis de autoridad
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De este concepto habla la jueza Natalia Velilla en su libro titulado exactamente así. Ni el respeto a la autoridad ni el ejercicio de la autoridad están de moda. Si antes padres y madres de familia aspiraban a poder estar orgullosos de sus hijos e hijas, ahora buscan que esos hijos e hijas estén orgullosos de ellos. Y este bucle nos lleva a una gran dificultad para poner límites, decir ‘no’ o reconocer problemas que puedan hacernos sentir peores padres o madres.
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En muchas mediaciones en casos de acoso escolar, los progenitores de acosados exigen justicia… y los de los acosadores consideran que ‘son cosas de niños’. Otra autoridad menguante es la de los docentes, aunque eso da para otro artículo.
Obstáculo nº 3: pensar que eliminar el smartphone acabará con el problema
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Acabaremos con parte del problema, con la parte tangible: sin móvil ni redes, los menores acosadores no podrán prolongar ese acoso más allá del recinto escolar. Pero eso no elimina la conducta del acosador ni el sufrimiento del acosado.
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Redes, apps y dispositivos amplifican el problema, pero no lo provocan. Además de restringir o retrasar el acceso digital, necesitamos actuar sobre las bases de la conducta acosadora, las reacciones del entorno y la manera en que las víctimas afrontan la situación.
Obstáculo nº 4: la ‘desconexión moral’
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Es la capacidad de convencernos de que nuestros principios éticos no aplican en ciertos contextos. Un adolescente puede saber que algo está mal y aun así justificarlo cuando lo hace a través de un móvil.
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La sensación de anonimato digital hace creer que lo que se hace online no tiene las mismas consecuencias. Y los adultos reforzamos esa idea al separar constantemente la ‘vida real’ de la ‘vida digital’, validando que lo digital “cuenta menos”.
Obstáculo nº 5: los nostálgicos
Hay dos grupos:
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Los que dicen que esto antes no pasaba porque “se educaba bien” y que las nuevas generaciones son frágiles.
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Los que aseguran que siempre ha habido acoso y que el problema es que ahora se habla más.
Ninguna de estas nostalgias ayuda a combatir el problema del (ciber)acoso. Echan leña al fuego y dejan a víctimas y agresores abandonados ante la realidad.
La lucha contra el acoso escolar exige entender las razones que hay detrás de la conducta acosadora, detectarla a tiempo y actuar: denunciar, corregir, educar. Enseñar a nuestros hijos e hijas a no ser acosadores, a no contribuir al acoso, a pedir ayuda, a contarlo y a superarlo. Y, sobre todo, recordar algo esencial: tratar mal a alguien está mal, también cuando creemos tener razón. Está mal lo hagan otros, lo hagan mis hijos o lo vean mis hijos hacer a terceros. Integrémoslo nosotros y hablemos claro con nuestros descendientes. Luego sí, ya podemos sumarnos a los hashtags contra el acoso.
FUENTE: www.movistar.es